Estoy volviendo a casa después de una cena con mis amigos, sonrío recordando lo que nos hemos reído de todo y de nada y, sin saber exactamente porqué, de repente me acuerdo de ti. He de reconocer que cada vez que apareces por mi mente siento una punzada, me pesa el corazón. Por suerte cada vez esto pasa menos a menudo. A día de hoy te puedo asegurar que soy feliz, que ya te he superado. Mi trabajo me ha costado, un año y 32 días hasta que vi que no volverías.
Sólo quisiera decirte una última cosa: si ves que me echas de menos, llámame. No sé cómo te voy a recibir, pero tú llámame y ya iremos viendo.
Mientras tanto, te deseo como mínimo lo que yo ya tengo.
Atentamente, yo.
Hace ya mucho de mi último post. No sabría decir concretamente qué ha sido lo que me ha tenido alejada de mi blog durante todo este tiempo. Un mezcla de falta de rumbo definido, pérdida de motivación, complejo de “¿qué hago yo por aquí?”… aunque es cierto que más de una vez me he visto tentada a cerrarlo definitivamente, había una vocecilla dentro de mí que no me dejaba hacerlo.
Así que hoy he decidido sentarme delante de mi iMac y volver a la carga de nuevo. Y, para tener sensación de estrenar algo por esto de que empezamos nuevo año, he cambiado todo el diseño del blog. Con esto he perdido parte de lo publicado anteriormente, pero lo iré traspasando poco a poco.
No sólo me diste la vida, si no que me das la vida.
Eres la mujer más importante de mi mundo. Eres mi amiga, mi confidente, mi apoyo incondicional.
No hay un día que no piense en ti. Adoro compartir todo contigo, hacerte partícipe de mis éxitos, mis derrotas, mis alegrías y mis disgustos.
La gente que te conoce es afortunada, eres todo amor, bondad, generosidad y tienes una paciencia infinita.
Tienes ángel. Tu sonrisa ilumina. Haces especial a todo el que te acompaña.
Me faltarían horas en toda una vida para poder agradecerte todo lo que haces por mí.
Felicidades mamá, te quiero.
Lo que yo pensaba que iba a ser una película de risa y ya, resultó ser una película de risa con algún que otro mensaje.
El principal, es el problema de la falta de oportunidades en la España actual para los grandes talentos que son obligados a terminar de pagar sus cursos de postgrado y master sirviendo hamburguesas (un trabajo tan digno como cualquier otro, dicho sea de paso) o teniendo que aprender un idioma nuevo para poder aplicar su know-how en un país que no es el suyo. Parece mentira que con las cosas tan buenas que tiene España (léase el clima, la gastronomía, la variedad cultural…) seamos los que peor nos tratamos como empleados o intento de emprendedores.
Sin ánimo de meterme en temas políticos porque me aburren soberanamente, el mensaje de la película va más allá de esto.
“El que olvida su historia está condenado a repetirla”. Buenísima afirmación. Los humanos somos el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra (y como cojamos cariño a la piedra, ya apaga y vámonos). Y aún así no aprendemos. Nuestros bisabuelos ya tuvieron que emigrar y ahora nos toca a nosotros ¿los siguientes? nuestros tataranietos (cálculo hecho en base a que cada vez recurrimos más tarde a la paternidad).
Aunque una cosa sí que nos quiere enseñar la película y es que “si algo te va a hacer feliz, hazlo”. A fin de cuentas, ¡la vida es muy corta señores!
Hay días en los que un rayo de sol te da la vida, te llena y hasta, sin saber por qué, le sonríes al aire. Un paseo por un parque, sentarte en un banco para observar la gente que te rodea, tratando de averiguar a qué se dedican, qué les habrá traído al mismo sitio que tú, quién será la persona que les acompaña… No hace falta música, te adentras en los sonidos que vienen de todos lados, el niño jugando intentando llamar la atención de su abuelo con pequeños chillidos, la bicicleta que pasa por tu lado haciendo sonar su timbre para hacerse paso entre los viandantes, las hojas de los árboles meciéndose al son del viento, dos amigas que comparten confidencias… y si te concentras, hasta casi puedes oír el paso de las páginas de ese que está leyendo un libro… Feliz día!
Y aquella tarde lloré. Lloré durante horas. Lloré por ti y lloré por todas las cosas que me habían hecho daño y a las que no había dedicado tiempo.
Sentía una presión en el pecho que no me dejaba respirar. Dolía tanto que ni podía tener los ojos abiertos. Hecha un ovillo en el sofá de mi salón en penumbra las lágrimas no dejaban de salir.
Me sentí desdichada, infeliz, débil, sola. Ahí sólo estábamos mi tristeza y yo. El único sonido era el de mi propio dolor. En ese momento ya no importaba nada. No había salida. Nada tenía sentido. ¿Para qué seguir? La agonía estaba ganando terreno. Me estaba dejando arrastrar hacia la oscuridad. ¿Volvería a sonreír? ¿Volvería a sentir alegría?... Claro que sí. Al final siempre hay que volverse a levantar. Hay que ser más valiente que la vida misma. La cabeza bien alta. Ser mejor persona que ayer. Y únicamente por uno mismo, por nadie más.