Un día en Lisboa.

Nunca había estado en Portugal y mi buen amigo Joe Wolfwood un día al salir del cine me pregunta: “¿Qué haces el fin de semana? ¿Nada? ¿Te vienes a Lisboa?” Está claro que mis respuestas fueron: “Nada; no nada; ¡claro que sí!”. Y allá que nos fuimos. Fueron dos días intensos en los que hizo de guía como si se conociera cada rincón como la palma de su mano.

Salimos bien prontito desde Mafra, una bonita y tranquila ciudad, para llegar a Ericeira, un pueblo pesquero con mucho encanto, donde pudimos recorrer sus laberínticas calles compuestas de casitas blancas pintadas en sus esquinas de un azul brillante como el cielo. Sus playas son amplias y muy famosas por ser unas de las primeras reservas del surf a nivel mundial. 

Dejamos atrás este pueblecito con una sensación de relax para dirigirnos a la capital. Pero antes de meternos de lleno en el centro de la ciudad, nos dimos una vuelta por el barrio de Belém, donde pudimos ver el Monumento a los Descubridores, la Torre del Belém y el Monasterio de los Jerónimos de Belém, ¡unas maravillas!

Después de tanto paseo ya tocaba un pequeño descanso y lo hicimos en la pastelería Pastéis de Belém donde, según los lugareños, se pueden tomar los auténticos y mejores pasteles de Belém, que es el dulce típico. Era la primera vez que los probaba y al final repetí. Aún puedo recordar su sabor, calentitos, dulces, con su azúcar y canela… ¡riquísimos!

Con las fuerzas repuestas, nos dirigimos al lo alto de una de las siete colinas, para ver El Santuario Nacional de Cristo Rey, donde nos esperaba con los brazos abiertos la figura del Cristo Rey. Impresionante.

Ya lo único que nos quedaba era recorrer las calles de la ciudad, que al atardecer nos ofrecía un ambiente especial. Caminando por el paseo marítimo nos recibió un grupo cantando fados, el ambiente era totalmente idílico. 

No pudimos resistirnos a sentarnos en una de sus innumerables pastelerías para tomar alguno de sus pasteles o bollos. 

Seguimos con nuestro paseo para ver el Teatro Nacional D. Maria II en la Plaza do Rossio, que en el 1964 sufrió un incendio que lo quemó todo y sólo dejó las paredes exteriores, 14 años tardaron en poder reconstruirlo y una foto en frente de la entrada recuerda tal lamentable catástrofe.

No podíamos irnos de Lisboa sin tomar su deliciosa gastronomía y fuimos al conocido restaurante Cervejaria Ribadouro, donde comimos gambones tigres (¡ñamy!) y Bacalhau à Brás.

 

¡Un día completo para recordar!

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