Aunque os pueda sonar raro, aquí ésta chica antes del pasado fin de semana ha tocado la nieve una sola vez en la vida. ¡Sí, sí, una sola! Así que os podéis imaginar lo feliz que me puse al tocarla de nuevo. Parecía una niña chica tirando bolas de nieve y haciendo angelitos. Por cierto, ¡qué blandita es!
Hace unos días recibí mi pack de bienvenida de Zitro. P&G había vuelto a confiar en mi como Embajadora para un nuevo proyecto, esta vez para probar y compartir una nueva bebida de Granini.
Imaginaros, 1.000 Embajadoras despertando entre nuestros familiares y amigos nuevas sensaciones refrescantes y explosivas.
Lo diferente de esta nueva bebida es, por un lado su combinación de sabores, limón y lima, naranja y azahar y arándanos y limón, y por otro, sus exclusivas burbujas de aguja diseñadas por Granini, con lo que se consigue un concepto nuevo y diferente de las bebidas refrescantes.
Zitro es una bebida fina, sofisticada, sabrosa y refrescante.
El diseño tanto de su formato en lata como en botella es muy bonito. Las latas tienen un tacto fino que le da cierta exclusividad a su diseño y las botellas, además de proteger las burbujas de aguja, tienen en su parte superior los típicos hoyuelos de las botellas de Granini que simulan las burbujas de gas.
¿Una de las cosas que más me han llamado la atención de Zitro? ¡Que llevan pulpa!
No dejéis pasar la oportunidad de probarlo, ¡os gustará!
Al día siguiente de visitar Lisboa, nos fuimos a pasar el día a dos lugares muy diferentes entre sí pero con un atractivo y una belleza de cuento.
Empezamos el día bien prontito en Sintra y atravesamos su frondoso bosque subiendo su colina más alta para llegar al Palacio da Pena. Este palacio sorprende de primeras por su diferente colorido en toda su fachada. Lo construyó el Rey Fernando II para ser utilizado como residencia de vacaciones de la familia Real y se mantiene en perfectas condiciones, claro que también es relativamente “joven”.
En su origen fue un monasterio de frailes jerónimos y cuando se trasladaron a Belem, el rey Fernando II compró las ruinas que quedaron después de sufrir un terremoto y sobre ellas construyó lo que sería un regalo para su esposa, María II de Portugal. ¡Menudo regalazo!
De las cosas que más me llamaron la atención fueron una figura a la entrada de un medio hombre, medio pez y los azulejos llenos de color que cubrían sus paredes.
Hacía un par de semanas que no veía a mi amiga Inma y dijimos de quedar el sábado. Su propuesta fue clara: “Sólo dime si te apetece plan de casa o de calle”. “Calle” le dije yo, a lo que me respondió: “muy bien, pues tú ponte bien mona y estate a las 20:30 en Tribunal y déjate llevar”.
Asistí a mi cita puntual con muchas ganas de conocer el plan planeado y, lo reconozco, con un poco de miedito por no saber lo que me esperaba. Un whatsapp suyo me decía “Calle del Marqués de Santa Ana, 37”. Mis tacones resonaban por las calles de Malasaña hasta que llegué a mi destino. Me encontré ante mí una puerta roja y un cartel en que ponía Las noches de Moscú. Resulta que Inma es una foodie en toda regla a la que le encanta probar cosas nuevas y aún más si son exóticas, así que decidió sorprenderme con una cena en uno de los mejores y con más solera restaurantes rusos de Madrid.
Nada más cruzar sus puertas ya te sientes como en otro lugar, todo de color rojo con muchísima decoración en cada uno de sus rincones.
Al ser la primera vez que cenábamos en un restaurante ruso, le pedimos a la camarera que nos recomendase, cosa que hizo estupendamente.
Pedimos de primero Blinis (crepes) con caviar de salmón keta, muy ricos, aunque a mí el caviar no me fascina tremendamente, y de segundo Filete Strógonoff, bueno, bueno, ¡qué delicia! y Golubtsy, unos rollitos de repollo rellenos de carne con salsa, muy suaves y sabrosos.
Como queríamos probar un poco de todo, nos dejamos hueco para compartir postre, la camarera nos recomendó el Syrniki, requesón frito con nata y mermelada de arándanos, riquísimo también y a eso le añadimos dos chupitos de vodka.
Quedamos encantadas con el trato recibido, el sitio y la comida. Un detalle que me gustó es ver que en tres mesas diferentes había gente rusa comiendo.
Un consejo: si vais mejor reservad porque a las 21 ya estaba lleno.
Nunca había estado en Portugal y mi buen amigo Joe Wolfwood un día al salir del cine me pregunta: “¿Qué haces el fin de semana? ¿Nada? ¿Te vienes a Lisboa?” Está claro que mis respuestas fueron: “Nada; no nada; ¡claro que sí!”. Y allá que nos fuimos. Fueron dos días intensos en los que hizo de guía como si se conociera cada rincón como la palma de su mano.